Por su versatilidad y propiedades, a sociedad ha encontrado en el plástico la respuesta a un sinfín de necesidades en materia de consumo y almacenamiento; sin embargo, se presenta un enorme problema cuando llega la hora de desecharlo, pues su extrema duración y falta de biodegradación, en combinación con su uso cada vez mayor a nivel mundial derivan en que las miles de toneladas generadas diariamente se acumulen y, a falta de espacio, sean enviadas al océano.
Con el paso de los años, las grandes cantidades de este material, ayudadas por las corrientes y el viento fueron acumulándose y han formado una gigantesca “sopa” de plástico, actualmente conocida como La Gran Mancha del Pacífico.
Descubierta en 1997 por el oceanógrafo norteamericano Charles Moore, esta acumulación de plástico flotante, ubicada entre las coordenadas 135° a 155°O y 35° a 42°N en medio del Océano Pacífico, se integra de una concentración enorme de más de cien millones de toneladas de desperdicios, entre los que destacan partículas de plástico suspendido y tiene una extensión de más de 25,700,00 km2, lo que equivale a aproximadamente dos veces el tamaño del territorio de Estados Unidos.
Si esto no fuera lo suficientemente alarmante, el impacto que tiene en la flora y fauna marina es devastador, provocando la muerte de pájaros marinos y mamíferos acuáticos por igual.
De acuerdo a su descubridor, «nadie puede limpiarla y la mancha sigue aumentado», llegando incluso a afectar en ocasiones la costa de Hawaii y a acercarse de manera alarmante a las costas de California.
Es evidente que la única manera de frenar el problema radica en una mayor concientización de los riesgos del uso excesivo del plástico, situación que muchas empresas ya consideran, por lo que en respuesta observamos la introducción al mercado de cada vez más botellas con cualidades biodegradables y amigables con el ambiente.