El agua, un recurso tan invaluable para la vida tanto terrestre como marina, está compuesto en una parte por oxígeno; por ello, no sería descabellado suponer que este elemento es tan importante para garantizar su calidad y la calidad de vida de los organismos que alberga.
Naturalmente, una mejor calidad de oxígeno en el agua garantizará una mejor condición de vida para los ecosistemas que alberga, y en el caso del agua que consumimos diariamente, estará relacionado con el buen estado de la misma, razón por la que el nivel de oxígeno que posee es usado como parámetro (junto con otros) para determinar su calidad y viabilidad para consumo, punto en el que se le denomina oxígeno disuelto.
En esencia, se le conoce como oxígeno disuelto al nivel de oxígeno libre presente en el agua. Éste llega al agua por medio del aire o como subproducto de una planta marina (como fitoplanctons y algas) a través de procesos como la fotosíntesis.
En el primer caso, se distribuye de manera progresiva a lo largo de la superficie acuática o por medio de la aireación, que se da por medio del oleaje, cascadas, corrientes rápidas o cualquier tipo de movimiento rápido (tanto natural como artificial) que involucre tanto agua como aire.
El oxígeno disuelto es usado como parámetro debido a que su presencia está directamente supeditada a la presencia de organismos en el mencionado líquido.
Para que el agua sea de buena calidad, el nivel de oxígeno disuelto debe estar en un nivel medio respecto a la cantidad de la misma; si dicho nivel se encuentra muy alto o muy bajo se pondrá en riesgo toda especie que habite en el cuerpo acuático, generando una cadena de reacciones que harán que sea básicamente inhabitable e inconsumible; un ejemplo de esto ocurre cuando montones de peces mueren al mismo tiempo en lagos y estanques, producto de una mala calidad de oxígeno derivada a su vez de la contaminación del agua.